viernes, 19 de noviembre de 2010

la relacion estados unidos-argentina


La iniciación de una nueva era en la política norteamericana abre la oportunidad del comienzo de una etapa distinta entre la Argentina y los Estados Unidos. Saber aprovecharla en el sentido más fructífero para los intereses de ambos países dependerá de la sabiduría con la cual sus gobiernos articulen los vínculos recíprocos hacia destinos de renovada confianza.
Se deberá abonar el terreno para la comprensión mutua de las sociedades que representan y estimular la asociación cooperativa hacia objetivos compartidos en todos los ámbitos de la acción creativa.
Barack Obama ha llegado al poder en medio de una popularidad interna e internacional sin precedente. Su asunción ofrece un campo propicio para dejar atrás un espíritu de prevenciones y hostilidad encubierta.
La Argentina jamás ha estado en guerra con los Estados Unidos. Sí compitió en los escenarios interamericanos por el liderazgo continental cuando lo permitían su prestigio y recursos en ascenso, como fue a fines del siglo XIX. Tiempo lejano, pero real, aunque los gobernantes afirmen, sin sonrojarse, que estamos mejor ahora que en aquellos años próximos al Centenario. También fue ajena la Argentina, en no poca medida, a la suerte de los Estados Unidos en los dos más grandes emprendimientos guerreros que ese gigante haya afrontado en el escenario mundial.
Un país no menos orgulloso de su soberanía y de la autodeterminación de sus decisiones que la Argentina, como Brasil, terció en la última Gran Guerra a favor de la causa aliada. La Argentina de la revolución de 1943 y del ascendente coronel Juan Perón se retrajo, en cambio, del conflicto en cuyo otro extremo se situaban el nazismo y sus cómplices de Europa y el Lejano Oriente.
Brasil tuvo desde entonces su recompensa como aliado confiable de los Estados Unidos, mientras que la Argentina debió sobrevivir a una larga cuarentena en su relación con Washington.
Será útil recordar que los peores años de la relación de posguerra con los Estados Unidos debieron afrontarse con gobiernos de origen demócrata, no con republicanos. Esa misma circunstancia, como otros datos más recientes de la política norteamericana, son indicativos de que los grandes países llegan a ser lo que son por haber logrado preservar los intereses esenciales de la nacionalidad por encima de los recambios de gobierno.
Es útil tener todo esto presente. Una política desprevenida puede partir de la base de que hay mayores razones para obtener, sin ninguna contribución de nuestra parte, un mayor entendimiento con el gobierno de Obama que con el de Bush.
La violación de reglas de oro en el comportamiento diplomático ha hecho incomprensible la política argentina no sólo ante Washington, sino ante la comunidad de naciones. Por eso insistimos en que en el caso particular de las relaciones con los Estados Unidos éste es el momento oportuno para la revisión de una política de desencuentros y desánimos. Algo que requerirá contar con diplomáticos capacitados para realizar la correcta interpretación y ejecución de las políticas más apropiadas para el interés nacional.
No hay razones para que la Argentina se encuentre en las encuestas mundiales de opinión pública entre los países con mayores índices negativos hacia los Estados Unidos. Urge, entonces, un acto de reflexión colectiva en ese sentido. El sistema de valores democráticos y republicanos contenidos en la Constitución nacional argentina se ha inspirado en el de los fundadores de los Estados Unidos. El gran acontecimiento histórico de que un afroamericano haya llegado por primera vez a la presidencia de ese país es parte de ese sistema de valores.
La señal equívoca transmitida por el único país absorto en otra dirección -Cuba y Venezuela- en una semana excepcional, imperdible, marca la magnitud de la transformación a la que cabe someter a los principales lineamientos y al estilo con los cuales se lleva adelante la política exterior argentina. Entre los elementos difusos de ese extravío figura la hipocresía de una política que se dice defensora de los derechos humanos y exalta las relaciones con dirigentes de dos de los regímenes más condenables en la historia reciente de América por la violación sistemática de esos derechos.
Como anécdota retrospectiva, es inolvidable que los mismos brazos que estrecharon en La Habana a la presidenta argentina abrazaron aun con más entusiasmo en 1982 al canciller del gobierno militar argentino en guerra con Gran Bretaña. Como hecho sustantivo de actualidad, quedará grabada en la memoria la vocación extraña de nuestros gobernantes por estar en el lugar menos indicado en el momento menos conveniente.
Están en la libertad de hacerlo en lo que a ellos concierne. Lo malo es que el mundo pueda creer que todos en el país estamos conformes con que lo hagan.

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